Baloncesto

Antía Penedo, una lucha precoz contra las lesiones




TENERIFE | Las fatídicas lesiones son una de las palabras que mayor terror causan en cualquier deportista. Un vocablo del que huyen, pero donde a veces terminan cayendo irremediablemente fruto de un destino aciago e inevitable. Es el caso de Antía Penedo Eduardo (22/01/2005). Con 16 años, la jugadora Cadete del Real Club Náutico de Tenerife se ha convertido en todo un ejemplo de superación.

Nacida en Venezuela, emigró a Tenerife con cinco años. “Me chocó mucho, ya que me vine con mis padres y no conocía a nadie”. El primer cambio drástico de su vida.  Antía creció bajo el amor de la práctica deportiva. Primero, a través de la gimnasia rítmica y el baile como apasionada de la música.

Luego, irrumpió una disciplina que cambiaría su devenir: el deporte de la pelota naranja. “Tenía siete años, pero en 1º de Primaria, mi profesor de Educación Física me preguntó si estaba en baloncesto. Le dije que no, respondiéndome que debería apuntarme”. Rápidamente, Antía se lo comentó a su madre para que la ingresara en clases de basket. Y su abuelo por parte materna, hizo el resto como fanático de este deporte. “Al principio, me entretenía porque pasaba tiempo con mis amigas y me encanta el deporte en general, pero desde hace unos años, me di cuenta de que era mi pasión”.

Sus primeros pasos en la entidad nauta llegarían en 2017. Ahí, empezó el calvario de las lesiones. Una rotura del ligamento cruzado se convertiría en el principio de una pesadilla. “No pudieron operarme hasta un año después por temas de crecimiento –pasó por quirófano en junio de 2018-, así que estuve yendo un año al fisioterapeuta. Luego, me operaron y tuve que pasar nueves meses de recuperación”.

Por fin, febrero de 2019 se convierte en una fecha señalada en su calendario. Una luz al final del túnel donde estuvo entre entrenamientos y partidos durante un semestre, pero justo antes de arrancar la temporada, volvió la pesadilla: rotura de ligamento cruzado en la pierna sana.

“No es lo mismo venir de una sola lesión, a que sea la segunda. La primera fue terrible porque venía de jugar con la Selección de Canarias, e incluso me llamaron para la española, pero se fastidió porque, en los primeros minutos de un campeonato, se rompió mi rodilla y perdí dos años de crecimiento deportivo mientras mis compañeras avanzaban”. Dureza e impotencia que se agravó mentalmente en la recaída de septiembre de 2019. “Fue peor porque iba prevenida de lo que se me venía encima. Me operan, paso varias noches en el hospital y sé que vienen unos nueve meses de recuperación por delante. Era una sensación de terror”.

Dentro de esa incesante lucha, Antía se ha escudado en una fortaleza mental férrea reforzada por sus principales apoyos: familia y amistades. “Mis padres me apoyan mucho en mis decisiones. Nunca me han presionado. Son como mis managers”. De sus amigos, destaca que “conocí a un chico en el colegio que se convirtió en mi mejor amigo; ha sido mi mejor apoyo, después de mi familia. En mi segunda lesión, solo pensaba en llamarlo para buscar ese apoyo psicológico. Mis amigas también han estado ahí. Son las mejores y siempre estuvieron dándome ánimos, así como visitándome al hospital durante mis operaciones”.

En el presente, Antía pelea consigo misma y su rodilla para dejar atrás el calvario. “Todo el proceso ha sido súper duro, pero cuando vi que funcionaba me dije: no puedo parar ahora”. Habría tenido que reincorporarse durante el pasado 2020, pero la cuarentena trastocó los pasos de su puesta a punto. Así, mantiene la ilusión en el día a día para luchar por sus metas deportivas. “Quiero aprovechar esta oportunidad. Me gustaría conseguir metas más profesionales”.  Ahora puede entrenar, pero sin contacto, a la espera de que el traumatólogo le dé el visto bueno para dar un paso más hacia adelante.

En este proceso final, Antía agradece el refuerzo que ha supuesto el RC Náutico como entidad. “Ha sido de lo más positivo. Personas que no conozco se han acercado a mí para preguntarme cómo me encuentro (ríe), así que lo agradezco mucho”. Una fase donde la casa nauta se ha convertido en su segundo hogar. “He estado más metida en el club que en mi casa, haciendo ejercicio a diario. Y en verano, mi rutina iba del fisioterapeuta al gimnasio. Han sido tantas horas que he compartido hasta más tiempo con los jugadores del equipo EBA que con los de mi categoría. He conocido nueva gente y amigos”.

Con sus 1,81 metros, ansía con luchar por sus sueños. “Entré en su momento porque era alta”, ríe en una afirmación que se convierte habitual en el mundo baloncestista. “Juego de pívot, aunque me gusta más irme hacia el exterior, actuando de ‘4’ porque el tiro todavía lo llevo mal (ríe)”.

Un proyecto en clave deportiva, pero sin dejar atrás sus estudios, donde no entiende su crecimiento personal sin una de ambas fórmulas en la ecuación. “En 1º de la ESO, me pasé todo el curso esperando a que me operaran. Saqué buenas notas, pero en 2º volví a jugar y mejoré mis marcas. Se nota que el baloncesto me alegra la vida porque, pese a tener menos tiempo, subí en mis notas”. Así, entiende que compaginar ambas actividades no se ha convertido en un problema hasta ahora. “Nunca me ha sobrepasado. En la cuarentena, cambié el chip, tomándomelo con más calma porque soy demasiado perfeccionista para todo”. Porque como ella misma apunta, “He conseguido organizarme bien. Por ejemplo, el otro día tuve dos exámenes donde estudié durante tres días en los trayectos en guagua. Saqué un 9,5 y un 10, así que de momento lo llevo con buena cara”.

De sus retiradas lesiones, saca un aprendizaje que se ve reflejado en su madurez. “Nunca me he rendido porque nada llega fácil. He aprendido a valorar a mi entorno, a darme cuenta de quiénes estarán siempre ahí, aguantando mis momentos de bajón y pasando tardes conmigo en el hospital. Sabes quién se preocupa por ti, aprendiendo a saber a qué personas debes tener dentro de tu círculo cercano”.